El libro que más influenció al impresionismo fue aquel publicado por Monsieur Chevreul, De la loi du contraste simultané des couleurs; el principio es básico, cada color se percibe más fuertemente cuando está yuxtapuesto a su opuesto; sólo hay tres posibilidades: Azul y naranja, rojo y verde, y amarillo con púrpura; mezclas dos colores primarios y lo pones junto al restante. Para finales de 1888, Vincent van Gogh ya había roto esas tres leyes, ese año fue espectacular para el pastor/pintor holandés; sus cuadros memorables son de esa época, el puente Langlois, su cuarto o sus quince girasoles amarillos sobre fondo amarillo, qué aberración más grande; más vigoroso que nunca, realizaba un promedio de una pintura cada dos días; en especial, meses previos a la llegada de Paul Gauguin a Arles, demencial, como niño entusiasmadísimo por arribo materno. El plan de Vincent no era cortarse una oreja, al contrario, una nueva escuela fundar ansiaba; siendo Gauguin su líder y la casa amarilla su sede, este artista avant garde/viajero tropical descendiente de peruanos le importaba un pedo todo esto, sólo quería ahorrar dinero y aparte Theo van Gogh lo estaba auspiciando; conocido desastre aquel final, dos caracteres distintos, Gauguin pintaba desde la imaginación, Vincent desde lo que estaba al frente; cuanto vigor el de este loco por aquellos días, frenesí intenso de creatividad resultado de una devoción insana, mismo girasol que gira hacia el sol, para alguien que simplemente le importaba un pedo.
Literalmente...
Hace 12 años
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