ALLÁ VAN LAS LEYES DONDE QUIEREN LOS REYES

No hay enfermedad más peligrosa como aquella en la que el enfermo parece insensible al gran mal que lo consume, ignorando que lo aqueja prosigue con su enfermiza existencia como si nada pasara; consumido desde adentro por esos gusanos de la ignorancia, haciéndolo más atrevido día a día. Es en conformidad con el poder convencer al vulgo que constituye vil crimen razonar sobre asuntos concernientes a cada individuo, además resulta solemne deber apagar esa llama sagrada para aclarar y guiar los pasos de la sociedad; y si alguna luz aparece en el horizonte de las quejas, siempre están aquellas vías jurídicas que sólo retardan la opresión de la inocencia, sin siquiera impedir la injusticia. Justicia siempre esperan los gobernados de sus gobernantes sino pregúntales a los hispanos cómo su rey, Alfonso VI, se aprovechó de su ignaro conocimiento; corría finales del siglo XI cuando en Toledo se armó un juicio con Dios como testigo, la cuestión a resolver era la forma de cómo adorarlo; la mayoría, de ascendencia goda, prefería la liturgia mozárabe, en cambio por otro lado Roma presionaba; el soberano tomó un misal gótico y otro romano y los arrojó al fuego para que éste dictamine sentencia, al arder el opuesto a sus intereses Alfonso VI volvió a lanzar el breviario hispánico, imponiendo así su voluntad sobre la del pueblo que se quedó brazos cruzados; de esta historia, se acuñó el refrán del título.

“A la política hay que acercarse como al fuego, no demasiado, para no quemarse; ni apartarse mucho, para no helarse”
Antístenes