APOLOGÍA MONÁRQUICA

De entre todas las formas de gobierno hay una que es contundente si todo el mundo pone de su parte. Cuando el poder cae en el pueblo, todos se amontonan por obtener un pedazo de la torta; hasta que unos o uno se la coge completa para sí, eso sucede porque los intereses de algunos velan primero que los de los demás. En cambio James, rey de Escocia y luego de Inglaterra e Irlanda también, publicó en 1598 la Trew Law, donde se desarrolla la doctrina del derecho real divino: Básicamente los soberanos temporales no solamente son los lugartenientes de la divinidad en la tierra ni aquellos que se sientan en su trono sino Dios mismo, remontándose hasta llegar al primer dios rey Gilgamesh; con sustento bíblico en la Epístola a los Romanos donde habla sobre el gobierno humano, ningún hombre podría ocupar posición de autoridad sin la voluntad y autorización del de arriba; la omnipotencia pasa directamente de Dios al elegido, el rey. Este regente de los cielos debería ser un devoto, estableciendo y ejecutando los decretos del Señor y ejerciendo una administración justa y buenamente cristiana; jamás comportarse como tirano aunque lo parezca en su nombre, pues cualquier monarca antecede a cualquier parlamento o a cualquier ley promulgada, de ahí se deriva que ellos son los hacedores de los mandatos legales y no estos de los reyes. Este absolutismo trajo en las Islas Británicas una revolución más pendeja que la francesa, y fue mucho antes, un siglo atrás. Acá no tiene nada que ver iglesia alguna, qué mayor autoridad que Dios en persona para que nos gobierne y no puede ir en contra de sus preceptos, sino Diosito lo va castigar.