LA BELLA Y LA BESTIA

Érase una vez un padre con dos hijas, la una hermosa como algo irresistible y la otra tan fea que su sola presencia causaba pánico; fue este hombre quien les consiguió marido alguno para que se encargue del cuidado de cada una de ellas, las muchachas no se podían defender por sí solas; con la de exuberante figura no tuvo problema, los pretendientes proliferaban por las inmediaciones, todo fue fugaz pues no permaneció mucho tiempo en el mercado; para la menos agraciada fue más tortuoso y prorrogado, nadie la codiciaba así que su papá tuvo que intervenir ya que no podía seguir contemplando como su pequeña feita se iba consumiendo como uva tornándose en pasa; el progenitor ofreció la mano de su criatura junto con una gran dote, la desgraciada no venía sola sino iba acompañada de muchos tesoros, el rescate para cualquier embrollo económico. Ambas terminaron casadas, cada una con lo que pudo ofrecer. Algo similar sucedió cuando Dios creó los mundos, al Viejo Mundo lo hizo bello y apacible para la vida mientras que el Nuevo Mundo le salió agreste y salvaje; en vez de pretendientes hay evangelizadores, para estos dentro de una tierra fecunda y con buen clima, geografía poco extrema y habitantes civilizados la evangelización sería relax; en cambio llevar la revelación al otro lado del océano iba ser agotador y peligroso, tener que pasar por terrenos baldíos rodeados de gente bruta y pendenciera, nadie se atrevería a dar el mensaje del Señor; Dios al tanto de la situación estaba preparado, de antemano había puesto mucho oro y plata en esas zonas escabrosas, para darles algún tipo de incentivo.
Esto creía España en el siglo XVI.

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