Lo más cercano a un dictador en U.S.A. fue Franklin Delano Roosevelt, reelegido tres veces, aunque su cuarto mandato no pudo terminar dado el cáncer que lo asesinó; único que se ha atrevido a romper esa tradición instaurada por el primero, Washington, sólo una reelección; su deceso no fue inesperado, finalmente perdió prolongada batalla contra enfermedad mortal, la noticia afectó a todos. De manera especial a Hitler, cuya paranoia estaba en su momento más álgido, además deprimido y con sueño destruido; su suicidio sería ese mismo mes, aquellos días finales muestran una atmósfera lúgubre y siniestra, ensimismado en sí mismo valga redundancia que valga; envejecido, debilitado y herido comprendió su derrota, el pueblo alemán se había mostrado como el más débil de esta confrontación mundial y por ende debía ser exterminado. Perdido el Führer no encontraba consuelo, sólo cuando su ministro de propaganda le leía Historia de Federico II de Prusia de Thomas Carlyle; Goebbels pasaba horas levantando la voz sin levantarle el ánimo, mientras le narraba cómo al final de la Guerra de los Siete Años los prusianos ajustaban, austriacos y rusos los aventajaban cuando sucedió el milagro; la zarina Isabel I de Rusia falleció tras larga condición, su sucesor firmó paz sin condiciones y Federico el Grande salvó culo; de igual manera y con enemigos a puertas los jerarcas nazis estaban seguros que el deceso de Delano significaba una señal de salvación para el Tercer Reich, creyendo que toda destrucción cesaría de súbito.A más desesperanza, mayor esperanza.
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